Orígenes de la navidad

Las fiestas de Navidad son las más populares de todo el calendario cristiano, sin embargo, no fueron tal y como las conocemos hoy en día, pues hunden sus raíces en tradiciones milenarias, y aunque celebran un hecho concreto, el nacimiento de Jesús en Belén, muchas de sus manifestaciones han sufrido con el paso del tiempo un proceso de simbiosis con tradiciones paganas y de compleja elaboración tanto en lo teológico como en su expresión pública y popular.

La mayoría de los historiadores están de acuerdo sobre un punto: la fijación de la fecha del 25 de diciembre, lo mismo que la del 6 de enero, no descansan sobre una tradición histórica.

El nacimiento de Jesús es un hecho histórico indiscutible, del que a ciencia cierta tenemos pocos conocimientos. Sin embargo, nos consta que la Iglesia eligió estratégicamente una serie de fechas para celebrar las fiestas navideñas, consciente de la importancia que ya revestían los citados días para la religión pagana, por lo que resultaría mucho más sencillo cristianizar estas festividades milenarias, que hacerlas olvidar radicalmente y sustituirlas por otras. Así, la elección del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús, se realizó sobre la base del simbolismo del solsticio de invierno, un hecho celebrado por todas las religiones antiguas.

Esta hipótesis tiene su fundamento en dos festividades paganas básicamente:

Saturnales

Se celebraban en la antigua Roma. Comprendían el periodo del 17 al 23 de diciembre y celebraban el final de la oscuridad. A partir de entonces los días se iban alargando y las noches cada vez eran más cortas.

La fiesta del “Sol Invictus”

Después del otoño, tras el solsticio de invierno, el día comienza a alargarse de nuevo y robarle espacio a la noche. El sentido dado por los cristianos a tan señalada fecha era evidente: el nacimiento de Cristo representaba una nueva esperanza para el hombre y el inicio de una renovada humanidad.

El belén en la edad media

El origen del Belén o Nacimientos para nosotros los mexicanos, se encuentra en Italia y es fruto de un hermoso pero complejo proceso de imaginación, arte y fe, cuyos antecedentes hunden sus raíces, en la Edad Media. De todos es sabido por los relatos evangélicos, que Jesús nada más nacer fue recostado en un pesebre. Este elemento, símbolo pagano de vida y renacimiento natural debido a la madera que lo forma, se convirtió en un icono cristiano.

Ya en el siglo X se celebraban en Europa representaciones escénicas de ciertos episodios bíblicos del Nacimiento de Jesús.

La tradición ha considerado que fue en 1223, cuando San Francisco de Asís, que habitaba en Greccio, en la Toscana, realizó el primer belén de la historia. Llegado el tiempo de Navidad y previo permiso del Papa Honorio III, el santo de Asís, deseoso de contemplar con sus propios ojos lo que muchas veces había imaginado, preparó una gruta en la que se había dispuesto un buey, una mula y un pesebre con paja. Los campesinos hicieron las veces de pastores, ángeles y Magos, mientras que una joven pareja representaba a José y María en torno a una imagen del niño.

Durante la celebración de la Misa del Gallo (misa de medianoche), las escenas y la predicación del santo emocionaron a los fieles, que se sintieron sobrecogidos cuando en un momento determinado, San Francisco tomó la imagen del niño en sus brazos cobrando este al momento vida y naturaleza humana.

El hecho, como no podía ser menos, fue tenido por milagroso, a la vez que se consideró que Dios había puesto de manifiesto su deseo de ser adorado también a través de representaciones.

Así, en el siglo XIII, fue cuando tuvo inicio la elaboración de figuras tanto para templos como para casas, que pronto se

extendió por Italia para saltar desde allí a toda la cristiandad. Papel destacado tuvieron en su difusión los Franciscanos y las Clarisas, rama femenina de la orden, ya que se convirtieron en las introductoras de los Niños Jesús en los conventos y en los domicilios particulares.

En la foto, el Belén más antiguo de España.

El estilo de los nacimientos en México

Con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, los frailes franciscanos utilizaron las costumbres navideñas para facilitar la Evangelización de los nativos. Los Belenes jugaron un papel relevante porque fueron un método eficaz para que los nativos se acercaran a la palabra de Dios por lo interactivo que era instalarlas; además, los habitantes originarios de estas tierras fueron enseñados para elaborar las figuras y los motivos.

Ya han transcurrido varios siglos desde el arribo de los evangelizadores y muchas familias mexicanas siguen elaborando estas figuras religiosas, ya no solo como tradición, sino también como negocio.

Las poblaciones con más potencial costumbre de manufacturar dichas artesanías son Tzitzuntzan, Michoacán; Metepec, Estado de México; Ameyaltepec y Tolimán, en Guerrero y Tlaquepaque, Jalisco y Amozoc, Puebla.

Los Nacimientos en México se caracterizan por tener un toque artesanal y pintoresco, en ellos se incluyen motivos muy propios de nuestra cultura. No solo colocamos los personajes principales, también utilizamos heno, paja y musgo para el establo, así como figuras de guajolotes, xoloitzcuintles y hasta nopales y magueyes.

El tamaño y material de las figuras es muy variable, no es nada raro encontrar que el Niño Dios sea casi del mismo tamaño que María, José y los Reyes Magos. O que sean esculturas hechas de barro, cerámica o hasta de madera.

Hoy en día es cada vez más común contar con las series de luces de colores, con tonadas de villancicos. En hogares más tradicionales aún se utilizan las velas de cera o parafina, con el fin de iluminar de mejor manera los Pesebres.

Estos tradicionales ornamentos navideños pueden realizarse con diversos materiales, el principal elemento es la creatividad y fantasía de cada hogar. No hay impedimentos, lo que importa es realzar ese espíritu navideño con la unión de la familia. Símbolos esenciales de estas fechas, los Nacimientos siguen presentes en nuestras costumbres, sin ser doblegados por otras decoraciones más contemporáneas.

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