Una historia de amor, dos versiones diferentes
Cuenta una leyenda de origen tlaxcalteca que, en un valle, vivía una hermosa joven llamada Xóchitl, de una belleza tal que Tonatiuh, el Sol, quedó profundamente enamorado.
Todos los días el Dios-Sol la seguía desde su casa hasta el río, donde la joven peinaba su larga cabellera. Por fin, una tarde el Sol decidió bajar y adquirir una forma humana, y cubriéndose con gabán y sombrero se presentó ante la joven, quien quedó encantada con aquél hombre y aceptó la invitación de seguir viéndose al atardecer.
Y así pasaron veinte atardeceres repletos de felicidad, y amaneceres tristes, pues a los enamorados se les partía el corazón por la despedida.
Sin embargo, la curiosidad menguó el corazón de Xóchitl, quien deseaba averiguarlo el origen de su querido Tonatiuh, así que, sin que se diera cuenta, la muchacha lo siguió sin que él lo notara y, cuando el Sol llegó a una colina emergió con todo el resplandor que le confería.
Xóchitl, al ver aquél intenso resplandor, perdió la vista, y abatida por el temor de la oscuridad, vagó sin rumbo, cayó a un barranco y perdió la vida.
Cuando el Sol vio el cuerpo de su amada, el dolor y la profunda tristeza solamente hicieron que uno de sus rayos la acariciara, mientras una de sus lágrimas cayera en la frente de Xóchitl. Tanto era su amor, que aquella lágrima transformó el cuerpo de la joven en una flor de veinte pétalos de un intenso color naranja.
Desde entonces, en México conocemos a esa flor como cempasúchil, o flor de veinte pétalos (en náhuatl), que adorna las tumbas de los que dejaron este mundo, porque se cree que las flores tienen la habilidad de guardar en sus corolas el calor de los rayos solares.
Fuente
La Leyenda de la Flor de Cempasúchil
Esta hermosa leyenda cuenta la historia de amor de dos jóvenes Aztecas, Xóchitl y Huitzilin así como la leyenda sobre la flor de Cempasúchil.
El romance de estos dos jóvenes comenzó cuando aun eran pequeños. Siendo niños se divertían jugando juntos y disfrutando de los alrededores de su pueblo. Con el tiempo, fue natural que entre ellos un gran amor floreciera.
Cuentan que todas las tardes subían a lo alto de la montaña a llevarle flores a Tonatiuh, el dios sol, él parecía sonreírles desde las alturas ante la ofrenda de los enamorados, y ellos juraron amarse por siempre, incluso más allá de la muerte.
Un día llegó la guerra y los amantes tuvieron que separarse ya que le joven Huitzilin tuvo que marchar a luchar.
Tristemente al poco tiempo llegaron noticias de que Huitzilin había sido herido y finalmente muerto. La bella Xóchitl sintió que su corazón se quebraba de dolor.
Decidió subir por ultima vez a la montaña para implorarle a Tonatiuh, el dios sol, que la uniera por siempre con su amor. El sol conmovido lanzo uno de sus rayos y al tocar a la joven la convirtió en una hermosa flor, de colores tan intensos como los mismos rayos del sol.
Al poco tiempo llegó un colibrí que amoroso se poso en el centro de la flor, era Huitzilin que se había transformado en un bello colibrí. Al instante la flor se abrió en 20 pétalos, de aroma intenso y misterioso… Los enamorados estarían siempre unidos mientras existieran flores de cempasúchil y colibríes.
Es así como nació la flor de cempasúchil, la flor de muertos.
Dos hermosas leyendas sobre una misma flor, y nada menos que la olorosa y colorida cempasúchil, utilizada siempre en los altares para nuestros antepasados, en un acto de amor hacia ellos.